martes, 2 de julio de 2013

¿Todavía HistoriadorPL?

Soy investigador, mal que me pese y rayo que me parta. La deformación profesional es grande en mí. Pero, lamentablemente, no me siento como tal. Hace tiempo acudí a un seminario en donde a una doctoranda (¿se puede decir así? Suena horrible, pero es que luego me saltan con que discrimino por el género y tal) le dijeron que ya había superado con su trabajo (un muy buen trabajo, todo sea dicho de paso) esa barrera que convierte al mero investigador en historiador. Y esa barrera psicológica que dices que existe, ¿en qué consiste, señor Fausto? ¿No estás riéndote de nosotros como para variar? Es una cosa de la que me he dado cuenta y de la que me he puesto a pensar, para variar. Y como reflexionar para mis adentros no me supone ningún beneficio, pues vamos a plasmarlo por aquí.

La diferencia esencial entre alguien que investiga, o sea, se lanza a indagar sobre un tema y obtiene datos (en este caso, a partir de la documentación existente), y alguien que elabora historia (en teoría es lo mismo, pero con otras conotaciones) es el resultado. El investigador se dedica poco menos que al trabajo y a realizar un informe objetivista (que la objetividad son los padres, como no me canso de recordar). Dotarle de personalidad histórica a estos informes consiste en hacer una interpretación a través de determinadas metodologías, tanteando casos y contextualizándolos en la situación del marco espacio temporal al que pertenezcan o se establezca predefinidamente. Y todo eso a través de la documentación, la crítica a otras perspectivas de acercamiento a esos datos/contexto y el recurso a ideas propias a la hora de sacar conclusiones de la información analizada. Qué de Pero Grullo suena todo, ¿verdad?

Pues una perogrullada es también decir que, para hacer eso, poco menos que tienes que ser o un fuera de serie al que le salgan las cosas solas o una persona con una dedicación casi exclusiva a ello. De hecho, gestas relaciones personales que te obligan a continuar estudiando esos temas, que te den ideas o te recomienden bibliografías y enfoques, que te enchufen en instituciones o te faciliten materiales válidos para seguir trabajando en ello. Y es un sinfín. Luego eso te crea dependencia, pero ¿realmente merece la pena tanto sacrificio para un poco de satisfacción? Vale, esos momentos mágicos en los que encuentras un papel con el caso que buscabas después de tres días de búsqueda en el archivo es muy gratificante, pero todos los momentos de "esto no me vale" que vienen tanto antes como después son también muy contundentes. Dicen que hay que quedarse con lo bueno, pero vaya... Es una dura labor. Muy dura y muy ingrata. Sobre todo si te pasan cosas como las que me acaban pasando a mí.

Hagamos un inciso hacia el corporativo mundo de este sacrificado oficio. Normalmente, esot de salidas está muy puto y casi todo el mundo acaba tirando la toalla. Se puede dedicar uno una vez tenga las espaldas cubiertas con un contrato o una beca (normalmente, sin carácter vinculante. Vamos, que no te garantiza una posición fija o un futuro estable, por lo que nunca sabes dónde vas a acabar y has de llevar una vida con cierto grado de itinerancia, tanto para trabajar como para investigar) o bien tirar de donde no tienes y dedicarte a ello por amor al arte y costeándotelo de tu propio bolsillo o de bolsillos ajenos. Cómo te tienen que querer tus padres para permitirte semejante capricho. Porque si ya en el siglo XIX veías a los ricachones derrochar fortunas para hacer historias del Imperio Romano (hola, señor Momsen) o similares, la cosa no es que haya cambiado especialmente. Y más si tienes que cruzar un charco como el océano Atlántico para que tus planteamientos de investigación acaben en buen puerto. Sí, qué duro y qué caro, pero es lo que hay. ¿De verdad quieres eslomarte por cuatro perras, con un futuro ya de por sí incierto y acentuaddamente más incierto todavía por la tesitura de crisis económica y por un trabajo mínimamente satisfactorio? Porque, si al menos alguien te dijese sin parecer de una forma enormemente hipócrita que tu trabajo es muy bueno y que sigas adelante con ello... No es mi caso (al menos, yo no lo he sentido así), pero también creo que se sobredimensionan los aportes que muchos estudiantes tratamos de hacer. Algunos tienen muy buenas ideas o han tenido suerte de encontrar a alguien que les oriente bien. Otros no tenemos tanta suerte. Y tampoco buenas notas, aunque lo intentamos en su día, y eso es un grandísimo condicionante.

Luego entramos en ese enorme porblema humano que es la motivación. Repito mi pregunta: ¿estamos dispuestos a darlo TODO por nuestro trabajo? ?Tanto lo amamos para no tener ni idea de dónde vamos a acabar dentro de veinte años, en los que podemos estar dando vueltas sin contrato fijo por universidades e instituciones académicas o de investigación alrededor del mundo? Visto lo visto, o pegas un buen pelotazo o eres un fuera de serie más fuera de serie de lo que se tiene que ser (y con bastantes dejes de mamoneo, que es uno de los elementos esenciales a día de hoy para que las cosas funcionen como uno quiere). Un mundo horrible, ¿verdad? Pues en todos lados cuecen habas. Yo me meto con esto, pero probemos a echar un vistazo en otros ámbitos. El patronazgo de los lazos ha sido y es fuerte, y lo seguirá siendo en pos de esa admirada meritocracia que sabes que existe pero poco (o, al menos, no se tiene en tan alta consideración).

Luego llegan a tus oídos historias muy duras, como el de premios extraordinarios de promoción a escala regional/autonómica/nacional que sacrifican sus veranos para sacar a flote grupos de investigación de seis personas, a base de compilar, defender la tesis y poco menos que quedarse de patitas en la calle con casi 30 años. Después de todo ese sacrificio, esfuerzo y voluntad de sacarlo adelante. La vida del investigador te obliga a tomar decisiones que te lleven por otros fueros, como meterte en cursos de pintura o ilustración. Pero claro, si llega la sacrosanta beca para hacer el doctorado te dices "Unos añitos, lo hago y adiós". Y son esos años los que tienes que disfrutar en este plan de enclaustramiento necesario y de relaciones personales que te lleven a enfilar bien tu trabajo. ¿Y todo para qué? ¿Para que nadie te pueda asegurar un puesto o que estés demasiado formado para trabajar de cajero en una gran superficie comercial o cadena de comida rápida?

Siempre nos quedará la opción masoquista con la que también se nos deja a muchos con la miel en los labios: la docencia en secundaria. Ah, sí, lidiar con adolescentes y tratar de enseñarles cosas que al 90% largo de ellos ni les van ni les vienen. Pues parece ser que es una experiencia más gratificante si sabes cómo ganártelos. Y muchos nos lo pensamos dos veces una vez que hacemos ese mal necesario que es el máster de educación (vale, yo todavía no lo he hecho, pero lo quiero hacer el curso que viene y tengo muchas ganas de hacer las prácticas en el instituto). Y es esa mágica experiencia, para unos mejor y para otros peor, la que te hace reconsiderar si de verdad te apetece indagar mucho sobre un tema para presentárselo a gente tan pedante como tú o si realmente quieres divulgar un poco más a las jóvenes generaciones conocimientos generales para que sean personas de provecho el día de mañana. Qué gran dicotomía, ¿verdad? Un drama humano, como quien dice.

Y es eso. Hay gente a la que le gusta ese rollo de enclaustrarse a estudiar sobre un tema en concreto a pesar de que saben que se van a quedar en la calle después de esos cuatro añitos de escribir una tesis. Hurra por ellos, les doy todo mi apoyo y cuentan con mi admiración por su valentía. Pero también los hay que queremos tener algo más de vida aparte de nuestra carrera académica e investigadora, por lo que nos planteamos seriamente si tenemos que seguir adelante o es pura cabezonería por agravios comparativos que te calan hondo por dejarte tanta marca en ese escudo psicológico que es el orgullo. Ese orgullo que te has gestado durante tantos años y que ahora no sabes para qué lo tienes, ese mismito. Orgullo que se acaba convirtiendo en cabezonería resignada y que te lleva a pensar en todo esto. Porque claro, después de siete años de formación, ¿merece la pena continuar? ¿Damos el salto a pesar de que lo ves todo negro y no le encuentras sentido ya a un camino que te ha defraudado tantas y tantas veces a pesar de todo el esfuerzo que le has dedicado y de todo lo que has dejado de hacer para que este proyecto tuviera mejor cuerpo? Es una decisión muy jodida. Para ti y para los que te rodean. ¿hacer algo que realmente te satisface aunque no te reporte beneficio alguno o continuar agarrado con las uñas a algo que puede reportarte un beneficio eventual pero sigue sin garantizarte nada? En qué mundo más caótico vivimos, hasta para este tipo de cuestiones tenemos que devanarnos los sesos de una forma tan desesperante.

En fin, yo sólo venía a desahogarme un poco por aquí, que nadie se ha ganado muchos de los ladridos que he soltado por esto. Y como este blog es mío y me lo follo como quiero, pues hablo de todo esto. Sí, de cómo un magnífico investigador potencial se ha frustrado y ha visto una vía de escape en la docencia preuniversitaria, de la que recibió algo que normalmente no sueles toparte en el árido mundo académico: el cariño de tus alumnos y la relación que se forma más allá de los meros intereses.

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