martes, 5 de octubre de 2010

K-ON!!: ¿moeblob o una esmerada visión de la realidad cotidiana estudiantil?

Hala, por toda la puta cara.

Hace unos años salí del instituto medianamente (que no mediocremente) formado para enfrentarme a la realidad cotidiana de la universidad. Era un bastísimo mundo del cual el salto cualitativo me pilló desprevenido y aún ando remendando errores del primer año sin mucho éxito por razones varias, desde mi propia inoperancia e incompetencia hasta escollos de lo más variados que se cruzan en mi camino o bien me cruzan los cables para indagar en la acción de los dos primeros factores mencionados. Por esa misma regla de tres sigo viendo anime, aun a riesgo de que cada temporada sigo más series que empiezo y dejo estancadas y ahí andan ocupando disco duro, asumiendo el importante coste de opotunidad se genera en el mismo.

Digamos que esto que acabamos de ver, de manera convergente, da resultado de una serie animada adaptada de un yonkoma en una revista japonesa cualquiera que va de unas niñas de instituto pijo femenino que están en el club de música ligera (en japo, "keion"). La serie no va de nada, simplemente, cosas pasan. En su momento, me quejé fervientemente cual paladín de una causa "objetiva y verdadera" de la horripilidad de la primera parte de esta serie (que en cierto sentido, sigue pareciéndome repulsiva, y más aún tras ver la segunda temporada, pero por razones absolutamente distintas a las que se pueden llegar a imaginar en estge punto). Si bien es cierto que el seudobucle de dos arcos de seis capítulos de la primera temporada no ofreció nada nuevo ni agradable, Kyoto Animation han vuelto a demostrar que son unos verdaderos trolls en el mundillo. Ni Hideki Anno ni Kentaro Miura ni hostias en vinagre: estas crías, y las crías en sí.

Me explico: la serie es un evidente, pero evidentísimo reflejo de la despreocupación humana del ciudadano medio en su época formativa. Nos muestra un claro ejemplo de aburguesamiento explícito: niñas que van a un colegio pijo y que se dedican a perder el tiempo vegetando y macerando situaciones cotidianas estúpidas que cualquier mortal hace cuando comparte un rato con sus amigos. Y quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Bien es cierto que no vamos a ponernos a decir que tenga un mensaje de ayuda a los necesitados o de apoyo a causas contra el cambio climático o las injusticias del mundo; pero es que más bien refleja una vertiente contraria que incita a la despreocupación, a la buena vida y a tomarse las cosas con una filosofía bastante pasota ante la situación coyuntural actual. En fin, alarmismos aparte, esto no viene más que a ser una reafirmación del sistema no a partir de un estabilishment, sino más bien un elemento de ocio dirigido a un público concreto que disfrute y se despreocupe durante veinte minutos semanales de lo solitaria y triste que es su vida.

Pasamos página. Bien, no es una obra a la que se pueda sacar un verdadero sentido existencialista como podamos encontrar en alguna de las obras de Osamu Tezuka, pero lo que sí que genera es, al menos en mí, una sensación de nostalgia que me corroe. Y eso ya sí que nos vamos a enfocar en un aspecto concreto: y es la vida de estudiante de instituto. Ya me jacté en ToraDora! de ello en su lado más crudo, pero es que aquí te venden el contrario de una manera más evidente. Y eso me ha tocado. Es más, me ha afectado de una manera distinta a como me afectó con la anterior.

Uno echa la vista atrás y se ve aún siendo un pardillo con ansias de conocimiento práctico, expectante a aprender o entender la realidad desde una perspectiva materialista, fundada en los conceptos que hoy cuestiono tanto de "bondad", "justicia" o "lo adecuado". En fin, era un pobre infeliz que no se esperaría todos esos batacazos teóricos que ahora corroen mi mente cada vez que voy a jiñar. Precisamente el ver cómo me juntaba en los recreos con los más variados personajes de mi instituto, disfrutaba de su compañía y hacía todas esas cosas, a la gente que antes veías todos los días y que ahora seguramente ni recuerde sus apellidos... (sus nombres en mayoría sí, mi mala memoria es mala memoria relativa). En fin, es lo que me ha transimitido en su recta final esta serie: un recuerdo algo lejano ya de buen humor, esperanza en el futuro, incredulidad e inocencia... Algo que todos antes de meternos en la cruda realidad experimentamos en el día a día en comunidad, con un compadrazgo total (al menos en mi caso) y una serie de inquietudes ante los nuevos retos que se presentan, tanto a diario como a la larga.

Me doy cuenta de que ya he empezado el último año de la carrera de Historia y ando más perdido que un bastardo en el día del padre. Las alternativos de futuro se van limitando mientras el paso del tiempo, inflexible e indomable, continúa avanzando a su ritmo, ni lento ni rápido, sin prisa pero sin pausa. Barajadas todas las opciones, uno echa la vista atrás y se plantea si tomó la decisión correcta, echando de menos esos días agradables y joviales. Además, el madurar como persona, experimentar otras sensaciones y deslizarte por nuevos ámbitos epistemológicos te hace desarrollar unas facultades que antes no tenías que te hacen darte cuenta de algo que bien puedes echar de menos o bien simplemente puedes ensalzar como "aquellos gloriosos días pasados", cuando puede que en realidad no lo fueran tanto.

Esa manera de forzar los sentimientos y de sacarlos a relucir y transmitir esas sensaciones que habías olvidado pero que afloran de nuevo es lo que, al menos en su última mitad, me ha transmitido esta serie. Ver cómo se desarrolla un año académico en 26 capítulos da para mucho más que dos en 14 (y 15 si contamos el OVA). Esa manera retorcida de hacerte recordar las sensaciones que tenías al graduarte (en mi caso, "gloriosamente") en el instituto es algo que no podré dejar de agradecer a estas niñas, a las que en principio detestaba y al final te acaban cayendo simpáticas, compartiendo sensaciones que ya compartí hace tiempo. Ahora no sé si las echaré de menos, supongo que sí, te acabas encariñando con ellas y sus vivencias, que te recuerdan sí o sí a las tuyas, en esos tiempos en lo que todo pintaba más de color de rosa. Me estoy haciendo mayor y cada día la decadente cultura antieuropea que genera la mentalidad postmoderna europea (más decadente aún si cabe) me obliga a ver las cosas con otros ojos y con muchos ojos distintos. Pero mi corazoncito, ése que guardo en una prisión de hielo pase lo que pase, aún aspira a florecer y a recordarme que yo en mis tiempos también fui un ceporro que se restregaba por las mesas esperando ventilarse la merienda en el recreo. Ahora prefiero ahogarme en una pinta de Guiness mientras elucubro sobre el nacimiento oriental de esa misma cultura decadente que practico intensiva y demagógicamente.

En fin, me tocará esperar a la película, pero no creo que me llegue a tocar ya tanto la fibra sensible como esto. Le he acabdo cascando un 8 en MAL, quizás debería empezar a plantearme comprarme un criterio nuevo (así le casqué la misma nota a Gundam ZZ). O solidificar de nuevo mi mente en una cerrazón neopositiva que me haga creer que los dogmas empíricos existen. ¿Debería agradecerle al relativismo todo esto? Todo depende de cómo se mire... Pues nada, os recomiendo esta segunda entrega (que, repito, no la primera, salvo el episodio extra), está simpática y se deja ver alegremente, pues resulta hasta divertida. Alejándonos de su idealización seguro que a todos los que hayan pasado por algo similar a lo mío caerán en pensamientos y elucubraciones similares. Hasta el próximo tocho infumable sobre algo que no tiene nada que ver con lo que en realidad es (pero Derrida se sentiría orgulloso de mí... o no).

1 comentario:

Tu amado onii-san dijo...

Vamos, que la has seguido por nostalgia. Esos productores mentecatos han logrado su objetivo: llenar de niñas monas (sensu stricto) los agujeros de tu vida de estudiante.